Etica y Naturaleza


El marco ético de nuestra relación con la Naturaleza nos obliga a desarrollarnos plenamente como seres humanos, pues únicamente de esta manera es como se minimiza nuestro impacto y las acciones (y sobre todo sus consecuencias) pueden ser asumidas por el resto del sistema.

Cuando somos capaces de poner nuestra conciencia en lo más elevado de nosotros, podemos orientar nuestras decisiones de manera más adecuada, según lo aprendido de la forma de actuar de la Naturaleza, podemos aprender las consecuencias de nuestros actos y corregirlos, podemos solazarnos con el conocimiento aprendido, y con sentimientos de tipo ético o estético y reducir nuestra necesidad de recursos materiales a los necesarios para mantener el cuerpo en un estado saludable.

Cuando somos capaces de poner nuestra conciencia en estas esferas exclusivamente humanas comprobamos cómo nos es necesario robustecer la sociedad para adquirir conocimientos y sentimientos estables, y percibimos cómo nuestra felicidad es posible sólo cuando también es posible para el otro, y todo un conjunto de facultades y virtudes, relacionadas con el altruismo se llevan a cabo, consolidando por tanto un modelo de sociedad más sostenible, guiado por el pleno desarrollo de las facultades espirituales, mentales y sentimentales del ser humano. En estas condiciones, nuestro impacto es menor, y nuestra integración en los sistemas naturales es más factible.

Por el contrario, si no nos desarrollamos plenamente como seres humanos, dejando amplias posibilidades mentales y espirituales en blanco, centramos nuestra conciencia (nuestra atención al fin y al cabo, la esfera de nuestra realidad) casi exclusivamente en la satisfacción de nuestros impulsos irracionales, sin el suficiente control y modulación. Sin conocimiento de los efectos, tampoco podemos introducir correcciones. La consecuencia es una explotación y actuación excesiva, por encima de nuestras necesidades materiales, y un impacto insostenible. Además, sin este pleno desarrollo como seres humanos, disminuye nuestro grado de satisfacción, por lo que nos vemos impulsados, de manera irracional, a incrementar nuestra demanda de recursos. La sociedad también se vuelve más frágil e insostenible, porque cuando prevalece la satisfacción de lo irracional y de lo sensacional, se fortalece un comportamiento personalista, egoísta y competitivo, que debilita el papel de la cooperación y el altruismo.

En definitiva, desde un punto de vista ético, la posición del hombre con respecto a la Naturaleza, el “hombre natural”, no se consigue en una serie de instrucciones o código de conducta. No se puede imponer desde un marco legal, ni tampoco desde un programa de educación ambiental. El hombre ocupa, ocupamos, nuestro lugar en la Naturaleza cuando desarrollamos al completo todas nuestras posibilidades. Ese es el punto de máxima eficiencia ecológica, de igual manera que para el resto de las especies.

Por Manuel J. Ruiz – Grupo GEA

www.revista-esfinge.com

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